Pegaba golpes. Una y otra vez. Cabeza contra pared. Él no lo entendía, no le entraba en la cabeza, así que siguió golpeándola. Le dolía, le dolía todo el cuerpo, menos la cabeza. Irónico, ¿verdad? Cada segundo sentía como se le enfriaba poco a poco el corazón, la temperatura de su cuerpo bajaba, pero no podía sentir el frío, no podía sentir nada, el dolor le anestesiaba.
¿Qué importaba ya? El destino había jugado sus cartas, ya no había marcha atrás ni botón de retroceso, había pasado. Se había marchado para no volver jamás.
¿Qué importaba ya? El destino había jugado sus cartas, ya no había marcha atrás ni botón de retroceso, había pasado. Se había marchado para no volver jamás.
#Voy a hacer en tu honor inventarios de pánico;
No hay comentarios:
Publicar un comentario